Nelson Castro. El Satánico Dr. No.
Pablo Caruso
No les pasa a veces que pisan el freno y dicen “¿pero qué es lo que estamos discutiendo?”.
Anteayer Nelson Castro, pero podría nombrar a cualquier otro vocero del establishment, se indignó porque la presidenta calificó de loros y no se que otro animal a algunos opositores, en medio de un acto que no escuchamos completo, pero nos jugamos a que lo menos importante fue eso. Un panelista del programa que seguía toma lo de Nelson y dice que el fascismo mussolineano se caracterizaba por animalizar a los opositores… A Van der Kooy y Blank se les caía la baba.
En la editorial del final, Nelson le pide a la presidenta: “Presidenta, aporte calidad al debate… retome el diálogo… Elévese”. Mierda.
Yo digo, si hubo en los últimos 20 años un oficialismo que recuperó la intención de debatir, ¿no fue el gobierno de los Kirchner? Si hubo en los últimos 20 años un oficialismo que elevó la calidad del argumento político, ¿no fue este gobierno? Si algún partido político hegemónico en los últimos 20 años mostró cuadros políticos, entendiendo por eso tipos (o tipas) que se bancaran una discusión cara a cara con ideas más que chicanas, ¿no fue el gobierno?
La contracara de la crispación, de la “violencia verbal”, de la intolerancia es la pasividad de los 90 y la mediocridad política de la Alianza. ¿Eso es lo que piden Nelson Castro, y toda la plana mayor de nuestro encumbrado pensamiento periodístico? Ni los cuadros políticos conservadores (y aquí entran peronistas, pro, coalicionistas, y mal que me pese varias izquierdas), ni sus voceros mediáticos están a la mínima altura intelectual para sentarse a discutir de política. ¡De hecho no lo hacen! Farandulean todo el tiempo, no saben preguntar, se quedan estupefactos ante un cruce de opiniones. Repiten las mismas preguntas de diez sílabas a todos los entrevistados. Se los reconoce por su zezeo, no por su impronta crítica para el ejercicio de una profesión funcional al ejercicio político.
Para todos ellos, la violencia verbal es una granada de mano frente a la comodidad de los livings de lujo donde piensan nuestra realidad. Se sienten cómodos en la banalización, y si el destino es justo, deberían terminar en un panel de Rial, Tinelli o en el bar de Sofovich. Pero no conduciendo los debates de nuestra política recuperada.
“Elévese” le dijo Castro a la presidenta. “Aporte calidad al debate”. Yo me quiero morir. Pero revivo cuando pienso que así como se pedía desde esas tribunas una renovación política, hoy la recuperación de la política como herramienta cotidiana de transformación les pide a ellos que se renueven. Se los pide la gente en la calle, esa gente que ellos tanto gustan nombrar. Que se pongan a la altura de los debates actuales. Que los profundicen, que obliguen a la política a profundizarse, no a retroceder. Que marquen las contradicciones que tiene el gobierno, que lo apriete argumentativamente, pero que no le pida ir para atrás.
Y si no pueden, renuncien. Tengan un movimiento digno, el mismo que le piden a tantos, y declárense de otra época, dejen el lugar para los que vendrán. Pero no busquen la neutralidad muerta, no tiren el conflicto debajo de la alfombra, que es lo más valioso que nos deja este proceso.
Nos corren con la violencia, la crispación y nos quieren hacer creer que los que se la llevan toda van a largar el pedazo de buenos tipos que son nomás. Si la creemos, estamos jodidos. La primera violencia es la de los que buscan conservar sus privilegios. Decirle al pobre que con su reclamo amenaza las instituciones y adscribe al fascismo es también una postura política de la que no se hacen cargo los tribuneros del periodismo rancio.
Cuando se descubran ustedes también políticos, sólo allí serán dignos de la pantalla que tienen. Mientras tanto, háganse el favor de tomarse algunos años de reflexión. Sin goce de sueldo, claro.